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Diana Navarro


Diana Navarro. Sus sonidos son los de una sirena de carne y grito que te atrapa y te sube a lomos de un dragón verde y 'morao', los colores de su tierra malagueña. Un dragón que anida en la garganta de esta niña de veinte y algo años todavía. Y antes de que puedas darte cuenta estás navegando por el infinito cielo de su voz de mujer y más mujer y más. Una voz tan antigua como la fe en la madre, 'la Señora', a la que su pueblo reza a la manera del Sur, y a la que ella ofrenda las saetas que aprendió a cantar de chica. Saetas como la saeta inclasificable a la Amargura que casi al final hace Diana y con la que reinventa la continuidad de este disco y con la que lo hace estallar, con la boca llena de historia, partiendo por la mitad la distancia de 2000 años con el ancestro de ese dardo suyo, quejío antropológicamente andaluz, esperando y luego superando los teclados que a la manera de banda sonora describen la más alucinante de las películas que sobre Cristo volvieran a idear, una última tentación, el director ítaloamericano Martin Scorsese o el propio Mel Gibson.

Y después de ese tema alucinante te quedas herido, aunque la herida la cura una balada tierna, esta vez al piano. Pero todavía queda el detalle, el breve aviso a capella del poderío de quien ha ido siempre del flamenco a la copla sobrada de facultades. Y es que Diana Navarro va tan nacida de talento que da "Miedo, tengo miedo", esa copla que tararea la Navarro haciéndonos temblar al final, como si la habitara en su carita de cera el fantasma de una de las grandes. Y se termina el disco. Y llega el silencio. Y ya el echarla de menos. Hay que ver cómo quema la luna cuando ya no está. Pongo otra vez el disco.

No te olvidarás de ella. Se llama Diana Navarro (como se llama de verdad) y no puedes olvidarla una vez que la escuchas: Diana Navarro. Sobre todo si la has visto crecer, y presentarse a concursos como hacen todas, y soñar como todos soñamos, y cantar y cantar y cantar, y cantar. En Feria, en Semana Santa, en televisiones locales, por los pueblos, cantar, de noche y de día. Cantar como sólo, eso sí, puede cantar esta niña de barrio, del malagueño barrio de Huelin, hecho por humildes pescadores como su padre, 'el Morralla', junto al mar Mediterráneo. El mar antiguo que va y viene en el disco desde Turquía hasta Portugal, con el rumor de su viejo oleaje bajo una media luna o una luna llena de fado que riela por su mojada piel de pulmón planetario. El Mediterráneo y sus sones están en la orquesta y en los arreglos de esta producción con vergüenza torera. Y están los susurros de una sensualidad flamenca, y el calorcito alegre pero elegante de unos besitos zalameros y bailables. Y están el amor, el humor y otra vez el amor, y la huella étnica de una cultura mestiza imparablemente de ida y vuelta, y...

Esto es lo que hay, ¡ay, ay, ay!, como canta Diana Navarro en uno de los temas. Esto es 'simplemente' lo que es este disco. Un trabajo que busca la calidad encontrándola, que ha huido de la churrería en que a veces puede convertirse la industria musical, y que termina por manchar de aceite refrito el camino por el que luego no puede sino resbalar el talento, aún a riesgo de romperse algo en ese camino, que es el camino más solo del mundo, el camino del artista. De la artista descomunal que es esta Diana felizmente encaminada con este disco hacia ti. ¡Quiérela! No te olvidarás de Ella.

Domi del Postigo
Actor y periodista
Fuente: www.diananavarro.org

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